lunes, 28 de septiembre de 2020

URGENCIA DE LLAMARSE POETISA


Claudio Magris, en un ensayo sobre Musil titulado “El anillo de Clarisse”, decía que el lenguaje es como un anillo desde el cual el escritor se para a mirar lo inefable, que es como un abismo. Ahora, todos estamos al tanto de la discusión que inició Gabriela Mistral acerca del término poetisa, hasta desterrarlo del diccionario. Sin embargo, quiero permitirme volver sobre esta palabra, y aprovechar para apuntar sobre unas generalidades acerca de la relación poeta – poesía. Quiero volver a nombrar a “la poeta” como “poetisa”, pues “poetisa” no termina con “z” como “hechizo” (algo que está mal hecho), sino con “s”, como sacerdotisapitonisa y papisa. Y eso es lo que es una poetisa: una sacerdotisa, una pitonisa y una papisa. Quiero a continuación explicar por qué. 

La sacerdotisa es la que está consagrada, no a un oficio, sino a un dios. O a una diosa: la palabra. La palabra no fue creada por el hombre para ser subyugada y sometida. La Palabra creó al hombre en un acto de amor. Todos los libros sagrados apuntan a ese hecho. Todas las religiones del mundo, partiendo por los hindúes, los chinos, los judíos, los griegos, los romanos, los japoneses, pueden tener divergencias en la práctica, y en algunos aspectos doctrinales. Pero todas parten de lo mismo: Al principio era la Palabra, el Verbo, el Sonido; Ella era anterior a la luz, ella hizo la luz. Por eso, la vocación de sacerdotisa, implica compromiso, respeto, entrega, amor y comprensión en el sentido de abarcar, de estar en comunión con La Palabra. La manifestación más antigua y más pura de esa palabra sagrada son los mantras y los ensalmos. Ellos son la prueba más directa, y mantras tienen todas las religiones. Mantra es una palabra sánscrita, pero en todas las religiones existen cadenas de palabras cuyo significado no está en la palabra en sí, y tampoco está para que la razón lo comprenda, está para que el cuerpo reciba su resonancia, y para que todos los pasadizos de nuestra alma se llenen con esa agua y con esa luz que da el sonido. La poesía es lo más cercano que hay al mantra. Hoy el verso es libre, pero no es libertino. Porque es sonido, y por lo tanto, conserva la característica esencial de la música.

Ahora, en cuanto a la poetisa como pitonisa, es de resaltar que para los hindúes la mujer tiene sus chakras más desarrollados que el hombre, por la capacidad que se le ha dado para crear vida. Un hombre que hace arte o se dedica a la meditación, puede desarrollar sus chakras hasta alcanzar una total apertura, pero le costará más trabajo. La mujer ya nace con esta ventaja. Por eso, si un poeta debe ser visionario, una mujer que es además poetisa, debe serlo más. En primer lugar, cuando alguien dice que escribe para sí, es una mentira, porque el lenguaje escrito nace de una necesidad de expresión. Los estudiosos dicen que el lenguaje poético no comunica, porque no es directo, y he ahí su magia. Decir “voltee a la derecha y camine cien pasos” no es poesía. Pero indudablemente, el lenguaje poético sí debe expresar. Y siempre hay otro a quien expresarle algo por medios poéticos. Ahora, ¿quién es ese otro? No son los amigos. No son los familiares. No son, ni siquiera, los hijos. Así los poemas vayan dedicados a quienes he mencionado atrás, la poetisa escribe para el otro de un futuro que no verá. Entonces, el ser pitonisa es trascender el tiempo con la poesía.

Y por último, la poetisa como papisa. La papisa es más que la sacerdotisa. Papisa es la que oficia un ritual, y dirige un culto. El ritual de la poesía, el culto a la Palabra. Oficiar el ritual, dirigir el culto, significa conocer la historia de la Palabra. Sobre todo, la historia de la palabra poética. Las formas métricas, los géneros poéticos, las innovaciones en el lenguaje. Sólo conociendo las reglas del juego es posible burlarlas. Sólo conociendo la historia de la palabra poética, la geografía de la palabra poética, es posible llegar a mi propia geografía poética. Una geografía que no está hecha para entender. La poesía, como la música, como los mantras, no está creada para entender, sino para sentir. Por eso dicen algunos, como Roman Jakobson, que la poesía no comunica. Y por eso es la expresión más pura y más transparente del lenguaje humano. La poetisa se devuelve al origen del universo cuando trabaja con el lenguaje, pero no es diosa. La palabra es la diosa. La palabra no le debe respeto a la papisa, pero la papisa sí debe en cada momento de su vida, respetar la palabra. Por eso no podemos matarla con bagazos del lenguaje que se desecharon por contrahechos o porque se dijeron muchas veces. No podemos dejar pasar los lugares comunes en nuestra poesía. La poesía es hacer inusuales las cosas usuales.

Ahora, ¿Sobre qué escribe una poetisa? Una mujer no es más mujer –o menos mujer— porque sea poetisa. La poesía de la mujer no se caracteriza por ser más sensible que la del hombre. Eso está bien para una propaganda de suavizante para ropa, pero no para la poesía. Si algo tiene la poesía es una capacidad liberadora. A la mujer la libera de ser madre, hija, esposa, novia, de ser hormona, ternura, lágrima y dolor. En la poesía el yo circunstancial y de género es un lugar común. La papisa, la pitonisa, la sacerdotisa, en fin, la poetisa, se hace una con la poesía, sacrifica su yo y se devora su propio corazón.

Por eso la poesía trasciende cualquier expresión de sentimientos. Cada cual es libre de escribir lo que siente, pero una cosa es decir: “yo escribí lo que sentía” y otra muy distinta, decir: “yo elaboré este poema”. La poesía no nace del sentimiento. Las lágrimas nacen del sentimiento. Y de esas lágrimas puede salir un texto. Pero ese texto no necesariamente va a ser poesía. La poesía nace del trabajo. La pelea debe ser con las palabras. Cuando un escrito deja de ser una rabia, un dolor, una ilusión personal, para volverse un juego, un deleite con las palabras, ahí será arte, ahí será poesía. Y cuando deja de ser mi ira por mi circunstancia, y comienza a mostrar la compleja maquinaria que es el tiempo y el mundo y la humanidad, ya no es sólo poesía, es alta poesía. Este tipo de poesía ya no habla de mí, habla de lo invisible que a mí me mueve.

Huidobro dijo una vez que el poeta tiene tres misiones en la vida: crear, crear y crear. ¿Y qué es crear para el trabajo particular de la poetisa? Es innovar. Es romper. Las palabras son chispas de La Palabra, pero no por ello se nos prohíbe romperlas. Las palabras, al romperlas, al abrirlas, al tallarlas, es cuando nos muestran nuestro origen. Eso permite que crear sea darle al lector imágenes que él nunca va a ver en la realidad, como, dice Huidobro en uno de sus manifiestos creacionistas, "un pájaro parado en el arco iris", o "un horizonte cuadrado". Si uno reacciona contra estas imágenes tal vez risibles en la vida cotidiana, y trata de meter lo sólido, concreto, racional, en un poema, dice él, “tal vez sirva para amoblar su casa pero no servirá para amoblar su alma”. Por eso una poetisa no debe escribir un poema si no está absolutamente segura de que está diciendo algo totalmente nuevo. Decir que no hay nada nuevo bajo el sol es una postura perezosa. Las herramientas nunca serán nuevas: el martillo, el hacha, el serrucho. Las palabras son herramientas. Las posibilidades que nos dan para construir un poema, son infinitas. Como las posibilidades que nos da un bloque de piedra. La idea no es describir, en un poema, situaciones que ya todos conocen. Como dice Ray Bradbury, “no describas, escribe”. Describir es poner uno al lado del otro hechos y más hechos. ¿Pero, qué es escribir? Es ir al alma de las cosas. Y el alma no es lógica. Por ejemplo, decir que la luna sale de noche no es poesía. Es un hecho. Poesía es decir, por ejemplo, citemos a Neruda, que “tiritan azules los astros a lo lejos”.

La poesía no está en la forma. La forma, igual que las palabras, es una herramienta. Pero la forma sin contenido es igual que un carro sin motor: no me lleva a ninguna parte. No me transporta. Algo que la poesía ha sido y ha de ser siempre, es un medio de transporte. Debe sacar mi mente, y ojalá mi alma, a otro tiempo y a otro espacio, o mejor aún, más allá del tiempo y del espacio. Sacarme de mi cotidianidad y conectarme con lo más íntimo de mí, que es lo más íntimo de los seres humanos.

Tampoco se le puede pedir a una poetisa: escribe sobre tal tema. Los poemas no nacen de una idea impuesta, nacen de una imagen, de un relampagazo, hasta de un sabor. De una pulsión, de una música, de un deseo, de una palabra. Escribir es un trabajo. Es arduo, puede llevar horas y a veces días, pero es sólo porque es un ser vivo y toma su tiempo, como la oruga para transmutar en mariposa. Hay orugas que tienen hasta nueve transformaciones, como la saturnia albofasciata. Jamás le pediremos a esas orugas que se transformen en guayabas. Es lo mismo que forzar nuestra alma a vibrar en un compás que no es nuestro. El poema viene de un lugar que no sabemos. Nos mentimos si ordenamos la vivencia y el poema como un proceso de causa y efecto. El poema se da en una sincronía entre vivencia, alma, y un algo que nos viene de nosedónde. Ese algo que sube por nuestra columna vertebral, se depura en el corazón, se ordena en los centros del lenguaje del cerebro, y sale al papel. Si el proceso comienza en la cabeza, no sirve. A pesar de que Poe dijo que así comenzó su poema El Cuervo, tenía que estar ya la sincronía. De lo contrario, hubiera resultado un poema de rima y métrica perfectas pero sin vida.

Por otro lado, si nos ponen a elegir entre el bordado y la poesía, o entre el baile y la poesía, hay que elegir el bordado o el baile. Ser poeta o poetisa no es un hobby. Es una necesidad fisiológica. Se come poesía, se respira poesía, se camina poesía, y cuando sale el poema, cuando ponemos el último verso sobre el papel, produce el alivio de quien llega rabioso a la cima de una montaña y grita. Nosotros no trabajamos para la fama. No trabajamos para. Ni trabajamos por. Trabajamos. Igual que lo ignoto toca la célula y la divide en dos, así nacen los poemas en nuestra cabeza. Y no hay más remedio que escribir el milagro.

Ahora, hay muchas maneras de publicar todo lo que se escribe: los chats, los blogs, facebook o los correos masivos con presentaciones en powerpoint. Pero ni poeta ni poetisa deben buscar que todo lo que escriba sea, por una parte, poético, y por otra, publicable. De nuevo, poeta y poetisa se unen en el trabajo, en la lenta maestría. No en la publicación de obras. Por una razón además ecológica: El poeta es creador, pero la poetisa es dadora de vida, es uno con lo sagrado, por eso no contamina; publica sólo lo mejor. Es importante tener conciencia ambiental. Conciencia y paciencia. La poesía no debe contaminar el mundo, debe purificar el alma.

Las palabras son un juego, hermoso, intrincado, arduo. Tantos siglos de buena poesía, no nos podemos hacer los tontos escribiendo como cavernícolas… “mi mamá me mima”, “la luz calienta”, “eres mi vida, mi cielo, mi amor”… Rompe. Rompe los paisajes. Desaprende. Mira ese pájaro elevándose en el cielo. Y piensa: es el pájaro el que vuela en el cielo, o es el cielo que va empujando al ala que va empujando al pájaro? Las frases no existen. Olvídate de ellas. Sólo tienes las palabras como fichas de lego nuevo. Ahora, hay una última cosa que hay que decir de la palabra. La palabra, por ser El Dios andrógino, es inabarcable y en gran parte incomprensible. Una poetisa navega hasta el borde del lenguaje y se da cuenta de que no puede decirlo todo. Sólo puede perseguir la luz recóndita de las palabras, sin apresarlas nunca. Sólo quedan sobre el papel, las letras, plumas calcinadas de esa experiencia con el Verbo incandescente. El ser poetisa es una elección que está predestinada al fracaso, y por eso es bella; es bella en cuanto trágica. Es someterse al awaré, que significa asombro en japonés, y se escribe igual que “aware”, conciencia en inglés. Es asombro y conciencia. Un estudioso del Haiku alguna vez dijo que lo sagrado para los japoneses era como llegar a un recinto del que se acabara de ir la persona amada, y en el que apenas quedara su fragancia. No se puede abarcar, apenas percibir un tenue rastro. Y la poesía para los japoneses parte de ese aliento que deja lo sagrado sobre lo creado, y de lo aún más ínfimo que el lenguaje poético puede expresar sobre esa experiencia mística. Yo convoco a todos los que me escuchan, a no olvidar de dónde nos vinieron las palabras. A tratarlas como dioses vivos. A oficiar el culto de constante éxtasis que es la poesía. Por eso es que la palabra "poetisa" debe perdurar.

 

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