sábado, 29 de agosto de 2020

LA ATEMPORALIDAD DE “EL MUNDO DE AYER”: DIALOGO DE SOMBRAS (PARTE 2)

Estoy en la cama de un hotel

En esa ciudad cuyo nombre nos recuerda la confortable era del Imperio

Me volteo hacia Stefan

Mi amor le digo

– y mastico palabras en una lengua que cruje entre los dientes

como piel de serpiente cocida

que me quiere soplar a la garganta aires de mares tibios –

¿por qué no esperaste un poco más?

 

Yo la miro mientras nos dormimos

Recuerdo

Cuando sentado en mi banco “con los pantalones y gracias” (pg. 61)

Oía a los formales abejorros del Averno

Comer y regurgitar como condena dantesca

una misma lección que duraba cien años cada hora de clase

y salíamos ancianos y seniles a recibir la adolescente bofetada de la ciudad de afuera

una ciudad con teatros, museos, librerías, universidad (pg. 61).

Si nos hubiesen prestado más atención, habrían descubierto que tras el forro de nuestra gramática latina se ocultaban poemas de Rilke (pg. 63)

Y columpiados entre las cuadrículas del cuaderno

bajo las ecuaciones

Las poesías más bellas y más ignoradas…

En un café vienés bebíamos en voz alta

En periódicos recién horneados

El río del mundo que transcurría.

Éramos ávidos deportistas, atletas del arte y de las letras.

Eran  muchachos libérrimos felices descubriendo un mundo nuevo (pg. 420) *

Oh, arte hechicero, cuántas horas grises… 

En ese tiempo reinaba el amable monstruo de las motas negras.

Esparcía su extasiante imperio de las hermosas letras ¡Ah! De las notas, qué elixir.

En aquel tiempo lo nuevo era un manjar prohibido.

Y nosotros éramos vándalos viciados en los placeres de las más sensuales, las más sabias, las más excitantes, las más hermosas de todas: las musas.

Nos colábamos en los ensayos de la Filarmónica… leíamos todo lo que nos caía en las manos (pg. 64)

¡Shh! ¡Silencio! Por la calle pasa Mahler

Tarareando quizá una nueva pieza suya

y Brahms me ha dado un golpecito en el hombro (pg. 67).

Y en la esquina hay un barbero que ha rasurado a Sonnenthal

Oh, arte hechicero, cuántas horas grises…

Sí, recuerdo, mientras ya casi sin fuerzas pones tu cabeza en mi hombro… duerme y no temas…

 

Éramos entonces cazadores de versos. Hasta de los primeros versos de Valéry.

Los jóvenes descubren a sus poetas porque quieren descubrirlos. Encontrábamos lo nuevo porque lo queríamos.

Y era Nietzsche un atrevido que bombardeó el panteón de los filósofos. De repente quedó destruido el viejo orden cómodo y plácido (pg. 70) ¡y éramos anárquicos! Alguien dijo decadentes. ¡Y éramos tan jóvenes!

El arte de los viejos había muerto. Lo recuerdo.

Hauptmann, George, Rilke, Schintzler, Bahr, Beer-Hoffmann, Altenberg… y a la cabeza, Hofmannsthal, el bachiller flaco e imberbe, de pantalón corto con su bigote suave… y su figura elástica… perfil marcado y de tez oscura… ojos aterciopelados, muy miopes; más que ponerse, se diría que se lanzó a hablar, como lo hace un nadador a las aguas que le son familiares… (pg. 77)

Cada vez que abría la boca, se volvía fuego. Y sus palabras eran plumas que no conocían la tierra.

Oh, arte hechicero, cuántas horas grises…

Ay, monomanía encantadora del fanatismo por el arte

Sí, hoy me pregunto cuándo encontrábamos el tiempo necesario para leer todos aquellos libros… veo claro que fue en detrimento de las horas de sueño (pg. 86).

Ese era el mundo de ayer (pg. 421)

¡Ay, era el tiempo en que las delicadas líneas de las letras y de las corcheas no habían perdido por knok-out

Ni habían sido pisoteadas por el hediondo pie de un atleta!

Hoy las páginas de deportes de los periódicos, con su lenguaje criptográfico, se me antojan escritas en chino (pg. 88)

Ay Viena, cuán poco vi de ti durante mis primeros veinte años

¡Tanto que leí en los diarios de tus cafés!

No conocí el sol del verano

Pero conocí el placer de un café vacío, y de mil diarios listos para engullir.

Sólo aquél que ha aprendido a expandir su alma a los cuatro vientos a tiempo,

es capaz más tarde de abarcar el mundo entero (pg. 89)

Sí, recuerdo, mi Beth, mientras me duermo tomando tu mano cada vez más tibia y más quieta.

Oh, arte hechicero, cuántas horas grises…

 

Y en ese contexto entró el Eros Matutinus (pg. 98)

No sólo a mí, al mundo entero

Llegó la respuesta para la histeria:

<<… Charcot lo sabía…>>

Y se oyó detrás del escenario

La verdad sobre la trágica Dama de las Camelias

… No era una dama.

El corsé roto, las crinolinas quebradas,

botón ortopédico de flor, cárcel – que digo cárcel, jaula – para la mujer, bestia tentadora

botón vientre perfumado de cuero y de metal

liberó a la hembra ¿Es Lilith? ¿Es Eva?

Y la hembra, después de un gran esfuerzo… respiró.

Y comenzó a bailar descalza

Isadora Duncan.

Silencio. Todos atentos.

No hay nubes con trompetas, no se vio el gigantesco dedo de uña mordisqueada gritando: ¡Fuera!

Sólo un pervertido sollozando. Habían matado su sueño. El sueño del tobillo desnudo.

¿Recuerdas mi Beth? Y tu mano está fría, y mi mano está quieta.

 

Y recuerdo entonces cómo en este imperio de musas

Fueron entrando

Sobre patas de acero

primero las máquinas

muy ordenadamente

después las masas

las masas esgrimiendo claveles

Aún se elegían flores como banderas

Y no botas altas, ni puñales, ni calaveras (pg. 92) -

las primeras filas llevaban claveles rojos

las segundas, claveles blancos

y las terceras, la centaura azul

marchan llevando amarrada al brazo la runa infame

marchan sin conocer el abismo tras los ojos del Fürer

sin presentir la diáspora ni los campos donde no se siembra pero sí se entierra

donde se usan filos más profundos que la hoz

donde no se siega trigo pero sí se siega.

Oh, cuántas horas grises…

 

Recuerdo, mi querida compañera acostada al pie de la estación de trenes

cuando éramos jóvenes y no nos conocíamos

Y otros como yo probaron

La dureza de sus garrotes

Me golpearon a mí y a quienes no descendían de los áureos dioses

para que pareciéramos jamelgos viejos

Para labrarnos la cara y esculpir en ella hocicos de bestias.

Eras un poeta, y no es posible exigir a un poeta que haga ni el payaso, ni el tenor ni el jabalí... No eras hombre del manifiesto, ni del discurso (pg. 422)

En Austria ya había estallado la guerra de todos contra todos…

Con el nuevo siglo, simultáneamente había empezado en Europa el ocaso de la libertad… (pg. 97)

Y cuántas horas grises…

Ahí se abrieron tus dolorosas alas, se abrieron porque ya no había nido.

Ibas sonámbulo ...con tu patria perdida a las espaldas , errante judío soñador (pg. 421)

Tenías que entrar a Sur América por algún puerto, por alguna puerta...

Te tentaba, en la geografía como en la historia, lo interior. (pg. 422)

Fuiste amigo, generoso, como la lluvia, inevitable

No te preocupes, dijiste, algún día seré yo quien te agradezca

Y así pude sacar del fango a un amigo tuyo

... Pero no te pude sacar a ti.

Ven, dame la mano, te dije

"estoy cansado" murmuraste

"ya veremos"

Y te dormiste.

Tu madre había muerto sin poder sentarse a ver las palomas

Porque las bancas de los parques le estaban prohibidas.

El calor ha secado mi cerebro**, te dije.

Estoy demasiado abatido.

Vivimos en una época

como al final del Imperio Romano

y no veremos renacimiento.

Sólo quedo yo conmigo.

Escribo para demostrarme a mí mismo que

même dans les temps de fanatisme, de la guerre et de l’ideologie féroce

La liberté intérieur est possible… ***

 

¿Sí oyes la marcha nupcial de las ruedas sobre los rieles? Vamos, Beth. No llores. Ya viene por nosotros.

Era como si te fueras a encontrar con tu madre. Sencillamente (pg. 425).

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Notas:

Todos los versos en tinta rosada son de Arciniegas, G. (1994), Un artículo sobre Stefan Zweig y cinco cartas en Cuadernos de un estudiante americano, Bogotá: Ediciones Uniandes y Educar, S.A.

** Este y los subsiguientes versos de esta estrofa aparecen en las cartas de Zweig a Arciniegas, Cit. en Cuadernos, pg. 425 y 428. 

*** “Aun en tiempos de fanatismo, de guerra y de ideología feroz, la libertad interior es posible”.


jueves, 27 de agosto de 2020

LA ATEMPORALIDAD DE “EL MUNDO DE AYER” DE STEFAN ZWEIG (PARTE 1)

 El autor comienza diciendo que su intención no es contar su vida, sino ponerse como testigo de un momento histórico determinado. Por la época en que le tocó nacer y vivir, en el momento en que comienza a escribir estas memorias ya “tres veces me han arrebatado la casa y la existencia, me han separado de mi vida anterior y de mi pasado, y con dramática vehemencia me han arrojado al vacío, en ese ‘no sé adónde ir’ que ya me resulta tan familiar.” (pg. 9). Él dice que, como le ha tocado vivir, cuando le preguntan por su vida, se pregunta “¿Cuál de ellas?” Porque la de antes de la guerra, la de la primera guerra, la de la segunda, todas le resultan tan diferentes que es como si hubiera vivido, no una, sino varias vidas. Como si hubiera sido varios hombres a lo largo de su existencia. Como si su alma hubiera tenido que vivir para dividirse en YOES progresivos. Igual le pasa cuando piensa en “su casa”, porque con todo lo que tuvo que desplazarse, cada casa donde vivió, donde soñó, donde amó y también donde temió y odió, le produce escalofrío. Aquí es donde comienza a compararse a sí mismo, un ser de múltiples vidas y múltiples lugares de habitación – las memorias las escribe en un hotel, que es aún más desarraigado que cambiar de casa – con su padre y con sus abuelos, las generaciones que le preceden. “Se nos ha reservado a nosotros el ‘privilegio’ de participar de lleno en todo aquello que, por lo general, la historia asigna cada vez a un solo país y un solo siglo” (pg. 12). En toda esta serie de cambios que marcaron los primeros casi cincuenta años del siglo XX, él estuvo en las dos guerras mundiales, una como alemán, otra como antialemán. Y se marca un contraste muy grande entre el antes de la guerra y el durante la guerra. “Antes de la guerra había conocido la forma y el grado más altos de la libertad individual y después, su nivel más bajo desde siglos” (pg. 13). Todo esto enlazado también a cambios fuertes a nivel ideológico y filosófico: el fascismo en Italia, el nacionalsocialismo en Alemania, el bolchevismo en Rusia, “y sobre todo, la peor de todas las pestes: el nacionalismo – dice – que envenena la flor de nuestra cultura europea. Me he visto obligado a ser testigo indefenso e impotente de la inconcebible caída de la humanidad en una barbarie como no se había visto en tiempos y que esgrimía su dogma deliberado y programático de la antihumanidad” (idem). Observa una contradicción entre la máxima barbarie y el máximo crecimiento tecnológico – y eso que no alcanzó a presenciar el lanzamiento de las bombas de Hiroshima y Nagazaki que conjugaron de la manera más perfecta estos dos polos.

Luego de esta breve pero contundente introducción, pasa al capítulo I, llamado “El Mundo de la Seguridad” (pg. 17). Aquí compara más detalladamente estos cambios a nivel generacional, entre sus abuelos, sus padres y él mismo. Dice entonces, sobre el siglo que le antecede, “todo lo radical y violento parecía imposible en aquella era de la razón”. Mientras sus abuelos y sus padres acumulaban riquezas para proporcionarle estudios a sus hijos, y para disfrutar moderadamente de la vida bajo un régimen monárquico que daba seguridad, tranquilidad, y a permitía en Austria que vivieran y crearan todos los grandes pintores, escultores, compositores. Austria entonces era la capital culta de Europa, y del mundo. A ella iban todos los que querían ser testigos – o partícipes – del buen arte, las buenas costumbres, la buena literatura. Pero comienza a contar cómo comienza a cambiar este estado, empezando por la propia nobleza, que deja de interesarse poco a poco por el arte y la cultura, y deja de patrocinar a los artistas. Paralelamente comienza a surgir esa burguesía de los fondos de la sociedad, para ostentar su dinero de una forma grotesca, y para participar de los eventos reservados hasta entonces para la alta sociedad. Y comienzan a notarse demasiado, entre los demás habitantes de las ciudades austríacas, primero, y después, en la literatura. Los abuelos de Zweig, o su padre, que rara vez se daba lujos de irse a pasear a hoteles caros, o de comprar para él o para su familia ropa costosa, y que se preocupaba solamente en tener una vida sin apremio, ven escandalizados cómo la sociedad comienza a contaminarse por el culto a la apariencia y por el progresivo y tenue alejamiento del cultivo del alma. Sin embargo se respira aún tranquilidad y cada familia hereda de padres a hijos una misma casa, que ocupa desde que nace hasta  que muere, compartida por bisabuelos, abuelos, tíos, sobrinos, primos, hermanos, y familia política. Esto le produce nostalgia a Zweig, pero también dice que esta calma chicha era perjudicial, porque no permitía a los hombres conocer esos horrores de la guerra, y por lo tanto, más dolorosa resultó cuando llegó.

El capítulo II habla de los recuerdos que tiene él de su escuela, y esto nos hace reflexionar ahora a nosotros lectores sobre la educación.  Porque esa escuela que él recuerda, parece más un campo de concentración – en el sentido literal y un poco histórico del término. Él cuenta cómo la letra con sangre entraba, en ese frío que venía de afuera pero que penetraba también los corazones de los profesores, para quienes no era importante siquiera que los niños aprendieran, sino tenerlos ocupados, y lo más humillados posible, mientras crecían y podían ocuparse en algo que no estorbara a los demás. La escuela es para él “la ciencia de todo cuanto no vale la pena saber” (pg. 51). Y habla también sobre lo que era “ser joven” en esa época. Porque los jóvenes no participaban activamente en la vida política ni social de las ciudades. Y ser joven era un lapso que duraba al menos cuarenta años de la vida de un hombre. Por lo tanto, era en la vejez, cuando ya la lucidez, la agilidad, las ganas y la salud no existen o están en proceso continuo de decadencia. Lo que sobraba de sabiduría y conocimiento, faltaba en capacidad lúdica – y lúcida.

En conclusión hasta ahora podemos decir que evidentemente si vamos a estudiar la literatura del siglo XIX tenemos que estudiar todos estos procesos sociales, políticos y económicos acaecidos en los primeros cincuenta años del siglo XX, y qué más directa forma de verlos que contados por un hombre de la calidad literaria y ética de Zweig, que hasta el último minuto rehusó participar en las filas militares de los belicosos, y que además, sin ningún acceso a cartas, a diarios, a bibliotecas, desde una habitación de hotel escribió su vida, de una forma tan profundamente analizada, contando sólo con su propio dolor, su propio desarraigo, la pregunta que ya no se hacía: “¿Hacia dónde vamos?”. La pregunta que sin quererlo, pronto se respondería: “a la muerte”.