miércoles, 8 de abril de 2020

3 películas de ciencia ficción que anticiparon el Covid-19



Para nadie es un secreto que los tiempos que vivimos ahora van a pasar a la historia como la peor pandemia que se haya vivido después de la gripa española. Es devastador ver cómo se va esparciendo la peste por el mundo, cómo ataca a personas de toda condición étnica, edad y clase social. Pero, viéndole el lado positivo al problema, es impresionante cómo la naturaleza parece estar agradecida con nosotros por nuestra quietud, nuestro confinamiento, por el detenimiento de la vida cotidiana humana como la conocemos. Tres referencias fílmicas vienen a la cabeza.
  

Queremos comenzar con una película lanzada en 1995, hace exactamente veinticinco años. Dicha película, a su vez, está basada en otra, por su parte francesa, llamada  La Jetée (1962) Hablamos de “12 Monos”, con Bruce Willis, Brad Pitt y Madeleine Stowe, dirigida por el monstruoso Terry Gillian. En esta película, de excelente actuación y guión, un virus en una realidad paralela, en 1997, diezma tanto a la humanidad, que quienes alcanzan a huir de él, se van a vivir bajo tierra. La naturaleza, verdadera ganadora de esa guerra silenciosa, comienza a recuperar espacios invadidos por el ser humano. Cuando el convicto James Cole (B. Willis), en 2035, es liberado para ir a recoger muestras a la superficie, descubre la ciudad convertida en ruinas adornadas de árboles gigantescos bajo los que se pasean tigres, leones, elefantes, descendientes de animales cautivos en zoológicos.



En estos días, al ver fotos y videos de ciudades que antes eran polucionadas y hoy ostentan cielos de un cristalino azul, no son animales escapados de un zoológico, sino zorros, venados y pumas nativos, los que se pasean tranquilamente por las calles vacías. Es la fantasía de cualquier animalista, pero a la vez, el terror de quienes hemos visto películas y series post-apocalípticas como esta.
Vivir en estos tiempos es una mezcla entre un Hiroshima Revival, una profecía de George Romero, toda la saga de videojuegos y películas de “Resident Evil”, y las últimas películas de El planeta de los simios”. No porque los animales se hayan hecho más inteligentes, sino porque la humanidad se ha vuelto más negligente y torpe en el manejo de enfermedades.


En “Resident Evil”, sin embargo, el virus produce zombies, que no es nuestro presente caso, y por eso no la incluimos en la lista. Preferimos en cambio elegir un ejemplo basado en un maravilloso libro de G.H. Wells, y llevado al cine con una película que fue protagonizada por Tom Cruise (no Top Gun). Nos referimos a La guerra de los mundos”. En este largometraje, al final (spolier alert), la humanidad fracasa en el combate contra los alienígenas, y son las bacterias quienes terminan matando a los intrusos y ganando la guerra por nosotros. Bueno... en nuestra realidad, nosotros somos los alienígenas.


Y cerramos con el tercer gran filme, un poco criticado en sus tiempos, pero para este caso, muy pertinente. Hablamos de “The Happening” (2007), de M. Night Shyamalan, traducida como “El fin de los tiempos” en algunos países. En la obra, protagonizada por Mark Wahlberg, las plantas conspiran secretamente contra la humanidad, y al liberar una toxina, provocan el suicidio de sus huéspedes, con lo cual causan la extinción de casi toda nuestra especie. 


Muchos hablan de un pangolín o un murciélago en China como causantes del Coronavirus. Pero la verdad es que el primer caso en Italia negaba haber tenido contacto con los contagiados asiáticos. Hay quien afirma que se trata de una conspiración de un grupo de poder. Pero cabe preguntarse si no será la propia naturaleza la responsable por esta gran mortandad que estamos presenciando, que nos desborda y que parece no tener fin. Pues, si no hubiera sido a través de este virus, ¿hubiera logrado el planeta, algún día, respirar como lo está haciendo hoy? ¿Hubieran podido andar los animales, tan libres, por un espacio que solía ser de ellos antes de que la humanidad se esparciera por el mundo?

miércoles, 1 de abril de 2020

Habíamos ya olvidado abrazarnos

Coronavirus: ¿el extraño caballero del murciélago o el viejo conocido dentro de nosotros?
La célula trabaja arduamente. ¿En qué? En replicar, en fotocopiar, en imprimir en 3D a un desconocido que ha venido a tocar las puertas de su membrana. No podemos estar seguros de que ella sepa que está cometiendo un crimen al hacer de uno, infinitos soldados asesinos. Sólo sabemos que, de ser un malevo conocido ese que viene con el pedido de replicarse, la diminuta artista, la minúscula tejedora, sería ejecutada de un tiro en la membrana por la guardia celular. Pero, como no está en la lista de los más buscados de la oficina celular de correos, los ejércitos siguen y siguen replicándose. Y no como los replicantes de Blade Runner.
Este ser sin organelos pero con genoma, el virus, es astuto: se asegura de que su ejército sin lindes no se quede en la célula, de que sea posible no morir en el aire sino ir de superficie en superficie, de mano en mano. De hacer de nuestro eros el primer puente de su imperio. 

Habíamos ya olvidado abrazarnos, habíamos olvidado mirarnos a los ojos y tomarnos de las manos en los restaurantes, en la mesa del comedor frente al plato caliente, en estos tiempos transmediales y transmileniales, nadie se sonreía. Ahora, la distancia es mandatoria. ¡Y cuánto faltan los abrazos de los amigos! ¡Qué falta hace congregarse en un restaurante, brindar por cualquier tontería! ¡Qué falta hace vivir!
El desconocido anula la línea del tiempo al reproducirse, como una persona ante dos espejos enfrentados. En cambio nosotros, seres finitos, necesitamos del tiempo, más que como línea, como océano, como ola que a veces trae peces y a veces, sólo arena, para replicarnos. La legión de clones nefastos lo sabe. Piensa al unísono. Y nos conoce. Nuestra difícil relación con el tiempo y con la vida. Nuestra necesidad del abrazo. Y nuestra relación con el aire, tan sencilla y a la vez tan perentoria

Pero, ¿es un extraño realmente? ¿Es verdad que ha venido de afuera y que nunca antes lo vimos? El primer caso en Italia alega no haber tenido contacto con ninguno de los contagiados en China. Este virus, se sabe, no viaja por el aire.  

El dato curioso es que dentro de la estructura del ADN han descubierto que, intercalado con las cadenas de proteínas, hay material viral. Y que, de hecho, bien colocado dentro de esas maravillosas escaleras retorcidas de nuestro infinito cosmos interior, los virus nos brindan cualidades  que hasta conforman algunos de nuestros rasgos culturales. En un experimento, inyectaron uno de los virus del genoma humano, en ratas, y e resultado fue que estos animalitos comenzaron a comportarse de forma monogámica. Quizá el amor sea, después de todo, una infección.
Más allá de eso, la hipótesis que comienza a urdirse es que todos los organismos complejos se hicieron a partir de virus. Desde las bacterias hasta el ser humano. Virus que, sin ser vida, han sido capaces de irse organizando y fundando sistemas. Es tan importante la acción de los virus en la composición de los seres vivos (del reino animal al menos) que podría pensarse que quizá la sustancia de la razón esté contenida en esas bolitas con patas, que no están vivas en sí, pero que así como dan vida y la organizan, así mismo la pueden desorganizar, y quitar.

¿Será posible que nosotros hayamos cargado con el Coronavirus durante toda nuestra larga caminata por los tiempos, y que justo en este momento haya elegido soltarse, mota de polvo, para lograr un propósito que el mundo no pudo lograr? 

Miremos lo bien que le ha ido al mundo sin nosotros durante esta cuarentena: cielos azules, ríos limpios, animales salvajes caminando por las calles, hasta la capa de ozono nos agradece el habernos enfermado. En “La guerra de los mundos” de H.G. Wells, son las bacterias quienes logran matar a los alienígenas que los humanos no habían podido exterminar. De una forma parecida, el virus ha logrado que cumplamos esas normas que los iluminados propusieron hace años para salvar al mundo y la mayoría no fue capaz de cumplir. De pronto el Coronavirus es nuestra verdadera razón, nuestra verdadera sensatez, en su forma más radical.