Literatura y realidad
“Las mil y una noches” y “Martín Fierro” marcan los diferentes momentos del cuento "El sur" de Borges. Aparecen aquí, como referentes, las dos obras maestras que el oscuro bibliotecario más admira: La obra del nor-oriente árabe, y la del sur-occidente americano. Además de pertenecer, cada una, a su propia antigüedad. Dichos volúmenes a su vez contrastan dos aspectos que han movido las religiones y las filosofías: el destino y el libre albedrío. “Las mil y una noches” son el arma que Sherezade usa para volver su destino –la muerte— una sobrevivencia. En “Martín Fierro”, el destino gana: Fierro muere.
En “El Sur”, Borges dice: “Ciego a las culpas, el destino puede ser despiadado con las mínimas distracciones” (Borges 1993, 268). El destino es irrevocable, pero las distracciones lo hacen más cruel: Dahlmann se distrae, y lo hace gracias a “Las mil y una noches”. Se distrae y por eso se tropieza con el batiente. Pero también, esos relatos, como a Sherezade, le sirven de milagros superfluos para retardar la muerte. La princesa se salva, sin embargo, mientras que Dahlmann va a morir (perdón por el spoiler). La consigna de que “a la realidad le gustan las simetrías y los leves anacronismos” (Borges 1993, 270), tampoco fue hecha al azar. Dahlmann se debate entre lo que lee y lo que es; entre la posibilidad de engañar al destino, y de simplemente llegar a él sin sentirlo.
Esto prueba también que lo que Dahlmann va a hacer en el Sur no es convalecer de su enfermedad, sino recobrar su pasado. Y para ello, como dice Sarlo, “... las coincidencias son el camino elegido por el destino” (Sarlo, 103). Entonces se encuentra metido en una escena totalmente gauchesca, en una pulpería, rodeado de campesinos. Lo llaman por su nombre y resulta involucrado en un duelo, cuando nunca ha peleado y a sabiendas de que va a morir: “Desde un rincón, el viejo gaucho estático, en el que Dahlmann vio una cifra del Sur (del Sur que era suyo), le tiró una daga desnuda que vino a caer a sus pies. Era como si el Sur hubiera resuelto que Dahlmann aceptara el duelo” (Borges 1993, 278).
En “El Sur”, prima el código del duelo y la venganza, código gaucho de honor, heredado de la Europa medieval, código más poderoso que las indiferentes y lejanas leyes impuestas por el gobierno. Es así que se arreglan las desavenencias. Como en otro cuento de Borges, “La Intrusa”, que nos muestra que incluso un problema de celos –o de homosexualidad dependiendo de la mirada— se arregla estampando una muerte en algún prado. Este tipo de violencia que hoy puede verse como algo brutal, bestial y deleznable, para los compadritos, malevos y gauchos de épocas pasadas –y Borges lo comprende— hacía parte de un sistema de costumbres muy organizado, en que como parte de los deberes de un habitante de estos lugares, morir o matar servía para restablecer un orden perdido. Era sagrado e inviolable. Este código legislativo no estaba impreso, sino que hacía parte de una sociedad que aún creía en la palabra: con ella vendía, compraba, armaba matrimonios, lograba préstamos, y si incumplía, bastaba una palabra para que se sellara su muerte. Borges anhelaba esos tiempos. Una de sus preocupaciones era que América había perdido sus fantasmas. En “El tamaño de mi esperanza”, el autor escribe : “No hay leyendas en esta tierra y ningún fantasma camina por nuestras calles. Ese es nuestro baldón”. (Borges 1994, 13). Lo que hay en "El Sur" es una fusión de culturas, la unión entre lo americano y lo europeo. Esta hibridación no sólo se refiere a la historia de Borges, sino a la Argentina misma, e incluso a toda Latinoamérica. La dicotomía “Las Mil y una Noches” – “Martín Fierro” es una muestra de este doble juego de raíces. Las dos superficies coexisten, no para convivir simétricamente, sino para establecer una dinámica de conflicto. Y el pliegue es el límite o la frontera entre ellas; es la diferencia pero al mismo tiempo es la línea que las une. Borges se enfrenta a esa dicotomía, al problema de la coexistencia conflictiva entre civilización y barbarie, superficies separadas y al mismo tiempo unidas por la línea sutil del pliegue.
Tiempo mítico y tiempo histórico
Borges resalta El Sur como lo arrabal, pero también como la tierra anhelada, la recuperación de los orígenes. El Sur aparece como una tierra antigua y real, más real que el mundo citadino y monótono en que vive el personaje. El Sur es el espacio de la liberación y de la muerte. Y la muerte no es un final, sino un comienzo cíclico, donde cada tanto alguien - Francisco Flores o Juan Dahlmann - debe ser inmolado para restablecer el cosmos.
Buenos Aires es, en contraste, el mundo donde se vive un tiempo histórico, lineal, monótono y solamente relacionado con el tiempo mítico a través de la literatura que todo lo pone en presente cada vez que alguien lo lee. El Sur, en cambio, en cuanto que salvaje, es dinámico, y al permanecer en él esos grupos gauchos y esos códigos de honor, permanece también, intocado, el tiempo de los mitos, que es cíclico. Es un eterno retorno en donde cada acto se repite infinitamente, se actualiza, y de esta manera, el presente se perpetúa. Sólo en el Sur podía cumplirse el destino de Juan Dalhmann.
Sueño y vigilia
En el cuento, el protagonista es herido, no por una espada que empuñara un indio o un gaucho o un español; no a causa de una disputa de ideas políticas y ni siquiera por una medición de poder o valentía. La herida es causada por la distracción de Dahlmann frente a una fuerza suprahumana, la fuerza divina del Destino. Quizá cuando recibió su herida no fue por un batiente, sino por una espada del otro lado del pliegue, que alcanzó su carne. Nadie corrobora que en realidad haya sido un batiente, y Dahlmann tampoco lo verifica. Quizá “las Mil y una noches” fueran algo más que un libro, de pronto eran la llave de la puerta, una llave hecha de palabras, como un conjuro, para cruzar el espejo de Alicia, el pliegue. Cabe la posibilidad de que la pelea en esa pampa, tan extranjera a su vida, sólo fuera un sueño, una alucinación, igual que todas las que sucedieron a esa misteriosa herida. Los siguientes fragmentos del cuento contienen una reiterada alusión al infierno, una aparición significativa del número 8, y las palabras muerte y destino en una misma oración.
“las ilustraciones de Las Mil y Una Noches sirvieron para decorar pesadillas. (…) le maravillaba que no supieran que estaba en el infierno. Ocho días pasaron, como ocho siglos (…) en los días y noches que siguieron a la operación pudo entender que apenas había estado, hasta entonces, en un arrabal del infierno (…) pero cuando el cirujano le dijo que había estado a punto de morir de una septicemia, Dahlmann se echó a llorar, condolido de su destino” (Borges 1993, 269-270).
El ocho, que representa el infinito para los árabes (pues es como un 0 mirándose en el espejo), más las pesadillas y el infierno que llevan al lector aguzado a pensar en los viajes órficos; es como el túnel que lleva a Alicia al País de las maravillas. “El Sur, pues, aparece como purgatorio o como infierno, y su reino es el del horror” (Ayala Poveda, 4). Y lo induce a una fiebre altísima producida por la septicemia. Alucina, alucina con “Las mil y una noches”, el 1001 que es una capicúa y también evoca un espejo, es el 10 que es a la vez 2, 1 y 0, lingam y yoni; macho y hembra. Son dos realidades paralelas pero opuestas entre sí.
Borges comienza “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” con esta oración: “Debo a la conjunción de un espejo y de una enciclopedia el descubrimiento de Uqbar” (Borges 1993, 15). Más adelante agrega: “los espejos y la cópula son abominables porque multiplican el número de los hombres” (Ob. cit., 16). También habla de una escuela filosófica que sostiene que “mientras dormimos aquí, estamos despiertos en otro lado y que así cada hombre es dos hombres” (ob. cit., 30). Es decir, como en “La forma de la espada”, “yo soy los otros, cualquier hombre es todos los hombres” (Ob. cit., 183). Alude al postulado de la ubicuidad de la física cuántica que dice que una partícula son dos partículas a la vez, y el de el entanglement que lo complementa diciendo que ambas partículas están íntimamente ligadas. Por eso, un hombre puede ser dos hombres, y todos los hombres, un solo Hombre. Este es precisamente el caso de Dahlmann. Ese viaje órfico es un pasaje entre el momento en que Dahlmann muere en ese hospital, y el lapso que sigue sólo es lo que su cerebro imagina mientras las neuronas se van apagando. Su viaje es a través del espejo, es un viaje no espacial sino temporal. En el instante de la fiebre, él es él y es también todos sus ancestros, y es además todos los héroes de su biblioteca; es todas las posibilidades de “El jardín de senderos que se bifurcan”: “El tiempo se bifurca perpetuamente hacia innumerables futuros” (ob. cit., 48). En este caso, el tiempo, todos los tiempos, los tiempos de los héroes y los tiempos de los infames, confluyen en un solo espacio y en un solo cuerpo, que acaso no pertenezca a un héroe –pero eso es un detalle nimio— para esa mise-en-scène de la muerte. Dahlmann alucina, en las orillas de la vida, y abre, con sus pesadillas, su literatura y su fiebre, la puerta que lo lleva al Sur. Es la puerta etérea que precede a la puerta física de Rivadavia, que traza una línea entre Buenos Aires y la pampa. Es el pliegue que divide la vida ordinaria del bibliotecario, de la vida extraordinaria –o mejor, la muerte— del héroe.
La orilla, el centro
Todas las dicotomías tratadas en este ensayo, separadas unas de otras por el pliegue deleuziano, son la condición para que Borges sea un escritor de las orillas. Pues el hombre latinoamericano, el mestizo que se resume en Dahlmann, al viajar al Sur, está buscando su orilla, su frontera, que es, aunque parezca paradójico, su centro, es el centro de sí mismo, donde confluyen todas sus culturas y razas internas que pacientemente se fueron fraguando para moldear sus huesos, su carne, el color de sus ojos, el color de su pensamiento. En este cuento, basado en estructuras narrativas que nos vienen de Europa, hay de fondo un compromiso profundísimo con la identidad de América, y no sólo porque el autor habite en este continente, sino porque por sus propias venas circula sangre de todas las etnias, sangre que ha venido a enraizarse en este continente, el continente del Sur. Borges, desde la orilla, desde la periferia, plantea una serie de temas que confluyen y se separan al mismo tiempo gracias al pliegue. Dichos temas corresponden con filosofías y espiritualidades de diferentes latitudes del planeta, y corresponden con su propia vida, su experiencia, las muertes que él mismo lleva a cuestas. Esa es la tensión. Es la indisoluble relación de cada polo con su opuesto, y a su vez, de cada par de opuestos con los demás pares.
BIBLIOGRAFIA
Ayala Poveda, Fernando. “Jorge Luis Borges: El Sur o la asunción de un duelo interminable”, en El Café Literario, Vol. IX, 1986, pp. 2-6.
Borges, Jorge Luis. El tamaño de mi esperanza. Colombia: Ed. Seix Barral, Colección Biblioteca Breve, 1994.
--------. “El Sur”, “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” y “La forma de la espada” en Ficciones; Buenos Aires, María Kodama Y Emecé Editores, S.A., 1993.
--------. Antología poética 1923-1977. Madrid: Emecé editores y Alianza editorial, colección El libro de bolsillo, 1995, 6ª impresión.
Deleuze, Giles. El pliegue: Leibniz y el Barroco. Barcelona: Paidós, 1989, Pp. 44-45.
Sarlo, Beatriz. Borges, un escritor de las orillas. Buenos Aires: Espasa Calpe/Ariel, 1995.
Vázquez, María Esther. Borges, sus días y su tiempo. Buenos Aires: Javier Vergara Editor S. A, 1984. Pp. 60, 70.
--------. Borges, esplendor y derrota. Editorial Tusquets, colección andanzas, 1996.
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